Crónica de hilos dorados de poesía: Damawha Group (2025)

Escrito por: Eduardo Sterling Bermeo participante Damawha Group (2025)

Se cuenta que te cuenta, como las hojas de un mismo árbol y el corazón brillante de los sueños de todos. En el corazón de San Cristóbal Sur, cuando el sol apenas roza los tejados y el viento huele a montaña y esperanza, suena un eco que no es ruido ni silencio: es el latido del alma del grupo.

Allí, en un rincón lleno de sueños e ilusiones, nace cada día una sinfonía que no se aprende, se siente.

No es solo un ensamble musical: es una familia tejida con acordes, arpegios y golpes percusionistas, con miradas y manos que saben del esfuerzo compartido. Entre risas, ensayos y silencios llenos de respeto, se van uniendo las voces, el piano, las cuerdas y las percusiones, como si cada sonido fuera una chispa de vida que enciende el fuego del arte.

El piano, con su oda blanca y negra, abre camino como un río sereno. La percusión responde como la tierra cuando llueve. Las cuerdas vibran como los hilos del destino. Y las voces… las voces son viento que acaricia la oda de un mensaje, vuelo que atraviesa el tiempo. Sueños que crean ilusiones de vida.

Allí está Daniel Sossa, el artista formador, el guía que acompaña, aconseja e inspira. Con palabras sabias y gestos precisos, dirige una orquesta de personas que le apuestan a la música como propósito de vida: un taller donde el sonido se vuelve poesía y la disciplina se convierte en un realismo mágico del “sí se puede”.

Él no enseña solo música: enseña a escuchar el aspirar e inspirar del otro, a descubrir que el arte no se toca con las manos, sino con la vida.

Cada estudiante pone su granito de arena, su nota, su esencia, su historia. Y así, de concierto en concierto, Damawha Group levanta un puente invisible entre lo humano y lo divino. Porque su música no solo suena… sana. No solo vibra… abraza.

En cada presentación, el público no escucha una canción: escucha el corazón de una comunidad que ha aprendido a latir al mismo ritmo.

Desde el Crea de San Cristóbal Sur, bajo el abrazo del Instituto Distrital de las Artes —IDARTES—, florece esta fusión única: el alma del Pacífico afrocolombiano unida al espíritu bogotano. Es un canto a la hermandad, a los valores, al arte como refugio. Una oda musical que se eleva al amanecer, cuando los sueños despiertan y la música se convierte en luz.

Porque ser de este grupo de música, no es solo tocar un instrumento: es creer que la belleza puede cambiar el mundo, que cada nota es una semilla, y que juntos —como familia— podemos hacer de la vida una canción infinita.

Y así, entre palmas, sonrisas y ecos, se va escribiendo la historia: la historia de un grupo que no solo interpreta melodías… sino que interpreta el alba de todos nosotros.

Que viva la música, que viva la armonía del color melódico.

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