Libertad entre líneas

La escritura, la creación de textos, historias y poemas para personas privadas de la libertad tiene una importancia profundamente humana. Más allá de ser una herramienta de expresión, se convierte en un acto de resistencia, de reconstrucción personal y de búsqueda de sentido en medio del encierro.

Cuando alguien escribe desde una celda, lo que está haciendo es mucho más que llenar un papel: está recuperando una parte de sí mismo que quizás el mundo ya no ve, o que incluso él mismo había olvidado. En un lugar donde las decisiones son limitadas, donde el tiempo parece estancarse, escribir es una forma de elegir. Elegir las palabras, las emociones, los recuerdos. Es un acto de libertad dentro del encierro.

Las historias que surgen entre rejas no solo cuentan lo que fue, sino también lo que podría haber sido, lo que se sueña, lo que se teme y lo que se anhela. La poesía, en particular, permite decir lo indecible, llorar sin lágrimas, gritar sin hacer ruido. Es una forma de ordenar el caos interno, de dar sentido al dolor y de imaginar otros futuros posibles.

Además, escribir les devuelve una voz. En un sistema que muchas veces silencia, juzga o margina, el acto de narrarse es una forma de reclamar humanidad, de decir “aquí estoy, sigo siendo”. Es un puente hacia los demás, pero también hacia uno mismo.

La escritura no borra el pasado, pero puede ayudar a resignificarlo. Puede sembrar un futuro distinto, porque quien escribe también se reescribe. En ese acto íntimo y poderoso, las personas privadas de la libertad pueden empezar a recordar que no son solo su error o su condena: son historia, son palabra, son posibilidad.

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