Crónica del barrio que imaginó un videojuego

Hoy queremos contar una historia que nació en el Crea Roma, ese territorio donde la cotidianidad se mezcla con la imaginación y donde, por unos días, la realidad decidió ponerse en pausa para dejar que otros mundos aparecieran.
Todo comenzó cuando los participantes de los talleres de creación digital y audiovisuales en compañía de los artístas formadores Virginia Cubides y Ricardo Muñoz, se reunieron para inventar universos nuevos. En medio de dibujos, cámaras y hojas llenas de ideas, empezaron a crear mundos posibles: personajes que caminaban entre lo fantástico y lo real, escenarios inspirados en las esquinas más queridas del barrio, y relatos que brotaban de conversaciones, risas y memorias compartidas. Así nacieron las primeras historias que, poco a poco, se convertirían en la base de un videojuego imaginado colectivamente.
Las pinturas de Débora Arango se volvieron puertas hacia otras dimensiones. De ellas salieron personajes que cobraron vida entre sombras, luces y movimientos improvisados. Las animaciones en stop motion, comenzaron a entrelazar los fragmentos dispersos hasta construir un hilo común. Sobre ese hilo se fue tejiendo un relato de ficción cautivador.
En una pantalla verde, simple y silenciosa, empezó la magia. Allí, cada participante se transformó en un héroe o heroína. Con inteligencia artificial escribieron prompts que sacaban a la superficie versiones fantásticas de sí mismos: criaturas con los mismos gestos cotidianos, la misma ropa que usan para caminar por Roma Kennedy, los mismos movimientos que los definen sin que ellos lo sepan. Después, los fondos del barrio —sus fachadas, sus árboles, sus pasillos— se volvieron escenarios épicos donde todo podía ocurrir.
De pronto, cada uno descubrió que no estaba solo. Su historia se unía a la de otro, y luego a la de otro, como si el videojuego hubiera sido siempre la manera más sencilla de narrar la vida en comunidad. Juntos formaron un equipo de héroes y heroínas dispuestos a defender su entorno de los villanos que ellos mismos imaginaron, villanos que quizás, sin querer, también nacieron de experiencias compartidas.
Así, entre tecnología, arte y memoria, el barrio Roma inventó un universo propio. Y en ese universo, cada participante no solo creó un personaje: también encontró una forma distinta de contar quién es y qué significa habitar este lugar.
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